Discurso Monte Olivos: ¿Qué es y su significado?

El presente texto expone el Discurso del Monte de los Olivos, una profecía de Jesús registrada en los Evangelios de Mateo, Marcos y Lucas. Nos adentraremos en su contexto histórico, destacando su relación con la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70 d.C. Analizaremos sus principales elementos proféticos, incluyendo la descripción de la tribulación de siete años, la figura del Anticristo y la abominación desoladora. Explicaremos la diferencia entre el enfoque del discurso en el futuro de Israel y las interpretaciones escatológicas que lo relacionan con la Iglesia. Finalmente, aclararemos su significado en el marco del cumplimiento de las profecías bíblicas.

Índice

El contexto histórico del Discurso

El Discurso del Monte de los Olivos debe entenderse dentro del contexto histórico del siglo I d.C. Jesús estaba hablando a un público judío que vivía bajo el dominio romano, un imperio que ejercía un control político y militar opresivo sobre Judea. La tensión entre los judíos y Roma era palpable, alimentada por la ocupación extranjera y la creciente expectativa mesiánica entre el pueblo. La destrucción del Templo de Jerusalén, un evento que los judíos consideraban catastrófico, estaba en el horizonte, y la pregunta por su inminente llegada permeaba el ambiente. Las profecías de Daniel, especialmente las referentes a la abominación desoladora, estaban en la mente de muchos, generando un clima de ansiedad y especulación. Este ambiente de incertidumbre y expectativa apocalíptica es crucial para comprender el mensaje de Jesús.

La pregunta de los discípulos sobre la destrucción del Templo y la señal de la venida del Hijo del Hombre (Mateo 24:3) no era una curiosidad académica, sino una expresión de angustia real ante la inestabilidad política y social. Su inquietud por el futuro de Jerusalén y la nación de Israel formaba parte del discurso cotidiano y constituía una preocupación central. Jesús, en respuesta, no evita la realidad de la calamidad inminente, sino que la enmarca dentro de un plan más amplio que abarca el juicio divino y la llegada definitiva del reino de Dios. Su respuesta, por lo tanto, no debe interpretarse desligada del contexto de opresión, expectativa mesiánica y temor a la destrucción que vivía la sociedad judía en aquellos momentos. Comprender este contexto histórico es fundamental para una correcta interpretación del Discurso del Monte de los Olivos.

La profecía de la destrucción del Templo

La profecía de la destrucción del Templo de Jerusalén, que precede al Discurso del Monte de los Olivos, establece el marco crucial para comprender la totalidad del mensaje de Jesús. No se trata de una predicción vaga o metafórica, sino de un anuncio específico y contundente de un evento catastrófico que impactaría profundamente a la nación judía. Jesús, con un conocimiento sobrenatural del futuro, describe la inminente destrucción del Templo, el centro de la vida religiosa y nacional de Israel. Esta profecía, lejos de ser una simple advertencia, forma parte integral de su mensaje sobre los tiempos finales, ya que sirve como catalizador de las preguntas de los discípulos sobre cuándo ocurrirán estos eventos y sobre la señal de su venida. La inminente destrucción del Templo proporciona el contexto inmediato para el discurso más amplio sobre la tribulación, conectando la realidad presente con los eventos futuros.

La precisión de la profecía sobre la destrucción del Templo, que se cumplió en el año 70 d.C. con la conquista romana de Jerusalén, refuerza la autoridad de Jesús como el Mesías. No solo predijo la destrucción, sino que también anticipó las circunstancias que la rodearían, incluyendo la devastación y la dispersión del pueblo judío. Este evento histórico sirve como una piedra angular para interpretar el resto del Discurso del Monte de los Olivos, ya que demuestra la veracidad de las predicciones de Jesús sobre eventos futuros de igual magnitud. Entender la significancia de la profecía de la destrucción del Templo es fundamental para no malinterpretar el resto del discurso y para evitar proyectar conceptos teológicos modernos sobre un texto con un contexto histórico específico. La destrucción del Templo no es un punto aislado, sino el punto de partida para comprender el panorama completo de la profecía que Jesús presenta.

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La pregunta de los discípulos y la respuesta de Jesús

El escenario se sitúa en el Monte de los Olivos, un lugar con profundo significado para la fe judía. Jesús, tras predecir la destrucción del Templo de Jerusalén, un evento que conmocionaría profundamente a sus discípulos, se enfrenta a una pregunta crucial: ¿Cuándo serán estas cosas, y qué señal habrá de tu venida, y del fin del siglo? (Mateo 24:3). Esta inquietud refleja el deseo de los discípulos por comprender el futuro, la cronología de los eventos apocalípticos y la señal que indicaría la inminente llegada del Mesías. La pregunta, cargada de ansiedad y expectativa, revela la profunda incertidumbre que los rodeaba.

La respuesta de Jesús no es una simple fecha o una descripción concisa. En lugar de ello, ofrece una profecía compleja y multifacética, un discurso que abarca diversas imágenes y eventos, abarcando la destrucción del Templo y extendiéndose hasta el fin de los tiempos. Su respuesta, contenida en Mateo 24-25, Marcos 13 y Lucas 21, despliega una vívida descripción de la tribulación que precede a su regreso glorioso, un periodo marcado por guerras, falsos profetas, persecuciones y catástrofes naturales, que a simple vista parecerían anunciar la llegada inmediata del fin. Sin embargo, la complejidad del discurso enfatiza la necesidad de discernimiento y de estar preparados para un tiempo de pruebas. Jesús, en su sabiduría, no proporciona un cronograma exacto, sino una advertencia detallada sobre las características de este periodo, instando a la vigilancia y a la fidelidad.

La tribulación: una visión general

La tribulación, como se describe en el Discurso del Monte de los Olivos, es un período de siete años de intensa prueba y juicio, con consecuencias devastadoras para el mundo, particularmente para Israel. No se trata de un evento aislado, sino de un tiempo de gran angustia dividido en dos mitades significativamente diferentes. La primera mitad, caracterizada por falsos Cristos, guerras, rumores de guerras, hambrunas, terremotos y pestilencias (Mateo 24:4-8), sienta las bases para la segunda mitad, mucho más severa. Esta primera fase presenta un preludio de la calamidad que se avecina, sembrando el caos y la incertidumbre a nivel global.

La segunda mitad de la tribulación marca un cambio dramático en la intensidad y la naturaleza del juicio. Con el surgimiento del Anticristo y la abominación desoladora – la instalación de una imagen idolátrica en el templo reconstruido de Jerusalén – comienza una época de persecución sin precedentes (Mateo 24:9-14). El Anticristo, una figura poderosa y engañosa, establecerá un reino de terror, imponiendo su voluntad a través de la opresión, la violencia y el control totalitario. Los judíos, y aquellos que se nieguen a adorarlo, enfrentarán una persecución implacable, sufriendo martirio y muerte a gran escala. Este periodo culmina con la segunda venida de Cristo, marcando el fin de la tribulación y el inicio del reino milenial. Es importante recordar que, según este entendimiento del discurso, la Iglesia no está directamente involucrada en esta tribulación de siete años.

La primera mitad de la tribulación

La primera mitad de la tribulación, descrita en Mateo 24:4-8 y con paralelos en Apocalipsis 6, se caracteriza por una serie de eventos catastróficos y engaños que preceden al surgimiento del Anticristo. Este período, de aproximadamente tres años y medio, se inicia con un período de engaño masivo, marcado por la aparición de falsos cristos y falsos profetas que buscan desviar a las personas con promesas de paz y salvación. Estas figuras explotarán la desesperación y la confusión del momento, llevando a muchos a creer en sus mentiras. Simultáneamente, se desencadenarán guerras y rumores de guerras a nivel global, generando una atmósfera de incertidumbre y miedo generalizado. La inestabilidad política y social se agrava con hambrunas generalizadas, que azotarán diversas regiones del mundo, causando penuria y sufrimiento a gran escala.

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Además de los conflictos bélicos y la escasez de alimentos, la primera mitad de la tribulación estará marcada por una serie de desastres naturales de proporciones significativas. Terremotos, plagas y diversas calamidades golpearán diferentes partes del mundo, exacerbando el caos y la devastación. Estas catástrofes no solo causan pérdidas materiales y humanas, sino que también contribuyen a un clima de miedo y desconfianza generalizado, preparando el escenario para el auge del Anticristo y la imposición de su gobierno tiránico. Es importante destacar que estos eventos no son presentados como un juicio para la Iglesia, sino como el cumplimiento de profecías relacionadas con el futuro de Israel y la preparación para la segunda venida de Cristo. Este período de calamidades sirve como una advertencia y una llamada a la vigilancia, instando a la gente a discernir la verdad del engaño y a buscar refugio en Dios.

La segunda mitad de la tribulación y el Anticristo

La segunda mitad de la tribulación, descrita en Mateo 24:9-14 y con paralelos en Apocalipsis 13, marca un cambio dramático en la intensidad y la naturaleza de la persecución. Esta fase se caracteriza por la aparición y el ascenso del Anticristo, una figura central en las profecías bíblicas. Su surgimiento no es súbito; la primera mitad de la tribulación prepara el escenario para su llegada, creando un clima de caos e inestabilidad que facilita su ascenso al poder. El Anticristo se presenta inicialmente como un pacificador, un líder que promete resolver los conflictos y la inseguridad global, ganando así el apoyo popular. Sin embargo, su verdadera naturaleza se revela posteriormente, imponiendo un régimen de opresión y control totalitario.

Este período se distingue por la abominación desoladora, una profecía que, según interpretaciones comunes, se refiere a la instalación de una imagen o símbolo de adoración al Anticristo en un templo reconstruido en Jerusalén. Este acto blasfemo, una abominación para los judíos y los creyentes que esperan la venida mesiánica de Jesús, representa la culminación de la apostasía y el rechazo a Dios. La presencia de esta abominación marca el inicio de la Gran Tribulación, un período de intensa persecución para aquellos que se nieguen a adorar al Anticristo. La huida de los creyentes fieles, tal como Jesús instruye en Mateo 24:15-22, se vuelve crucial para su supervivencia. La persecución se intensifica, llegando a un punto de brutalidad sin precedentes, dirigida tanto a los judíos como a aquellos cristianos que se resisten al régimen del Anticristo.

El reinado del Anticristo, caracterizado por el control absoluto, la imposición de una marca o señal para la compra y venta (posiblemente un sistema tecnológico de control), y una propaganda sistemática, persigue no solo la eliminación física, sino también la aniquilación espiritual de aquellos que se resisten a su dominio. Es un período de gran sufrimiento y prueba para los creyentes, donde la fe y la perseverancia serán cruciales. Sin embargo, incluso en medio de esta oscuridad, el evangelio del reino continúa siendo predicado, llevando la esperanza de salvación a un mundo sumido en la desesperación. Esta predicación, aunque peligrosa, es una parte esencial del plan divino durante la segunda mitad de la tribulación, llegando a las personas en su desesperación y preparándolas para el regreso de Cristo.

La abominación desoladora

La abominación desoladora, mencionada en Mateo 24:15 (y paralelos en Marcos 13 y Daniel 9:27), es un elemento crucial en el Discurso del Monte de los Olivos, representando un evento que desencadena la gran tribulación y marca un punto de inflexión crítico. No se trata de una descripción literal de una estatua o imagen en sí misma, sino de un acto profano y blasfemo cometido en el templo de Jerusalén que manifiesta la completa apostasía y el reinado del Anticristo. Interpretaciones varían, pero la mayoría de los estudiosos coinciden en que se refiere a la profanación del templo por parte de una fuerza hostil, posiblemente la instalación de una imagen o ídolo pagano, o quizás una figura que se proclama a sí mismo como dios, rechazando así la soberanía de Dios y usurpando su lugar. Este acto representa la culminación de la impiedad y el rechazo total del Dios de Israel.

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La presencia de la abominación desoladora es la señal que Jesús da a sus discípulos para que huyan. No se trata de una huida física únicamente, sino también espiritual. Es una advertencia para alejarse de la influencia corruptora del Anticristo y buscar refugio en Dios. El significado de huir es multifacético; puede implicar una huida literal de Jerusalén y Judea ante la inminente destrucción, o una huida espiritual, un alejamiento de la falsedad y un aferrarse a la fe en medio de la persecución. La urgencia del mandato de Jesús subraya la gravedad de la situación y la necesidad de estar preparados espiritualmente para enfrentar la tribulación. La ubicación de la abominación desoladora, dentro del templo mismo, resalta el carácter sacrilegio del acto y su profunda ofensa a Dios.

La interpretación de la abominación desoladora ha sido objeto de debate teológico a través de los siglos, con diferentes perspectivas sobre su significado preciso y su cumplimiento histórico o futuro. Sin embargo, su importancia central en el marco del Discurso del Monte de los Olivos permanece inmutable: representa el punto de no retorno, el momento en que la maldad alcanza su apogeo y la persecución contra los creyentes llega a su punto álgido, instando a la vigilancia y a la perseverancia en la fe.

El evangelio del reino durante la tribulación

A pesar del inminente juicio y la persecución descrita en el Discurso del Monte de los Olivos, un rayo de esperanza perdura: la predicación del Evangelio del Reino. Este mensaje de salvación, lejos de ser silenciado por la tribulación, se extiende por toda la tierra (Mateo 24:14). No se trata de una evangelización masiva que precede al periodo de tribulación, sino de una obra continua y perseverante, a pesar de las circunstancias adversas. Se predica un mensaje de esperanza y redención incluso en medio del caos y la opresión, llegando a los confines de la tierra como testimonio final antes del retorno de Cristo.

Este anuncio del Evangelio del Reino durante la tribulación no se limita a la mera proclamación de la buena nueva. Implica un desafío audaz frente a la opresión del Anticristo, un testimonio de fe que se mantiene firme ante la persecución. El anuncio no es un mero acto superficial, sino una manifestación poderosa del poder de Dios que se manifiesta a través del sufrimiento y la resistencia de los creyentes. Es un llamado a la fidelidad, un recordatorio de que la promesa de salvación permanece vigente, incluso en los momentos más oscuros. Su alcance global subraya la universalidad de la oferta de salvación, un último esfuerzo de Dios para alcanzar a aquellos que aún no han escuchado. Este anuncio del evangelio, por lo tanto, representa un acto de resistencia espiritual en medio de una profunda crisis.

La segunda venida de Cristo

La segunda venida de Cristo, como se describe en el Discurso del Monte de los Olivos, marca el clímax de la tribulación de siete años. No es una llegada secreta o un rapto previo a la tribulación, sino un evento visible y glorioso al final de este período de juicio y sufrimiento. Jesús regresará con poder y gran gloria, poniendo fin al reinado del Anticristo y estableciendo su reino terrenal. Este regreso, largamente anticipado por los judíos, representa la culminación de las profecías del Antiguo Testamento referentes al Mesías y la restauración de Israel.

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El pasaje no detalla la forma exacta de la segunda venida, pero sugiere un acontecimiento a gran escala que será evidente para todos. La llegada de Cristo marcará el inicio de un nuevo orden mundial, un reino de justicia y paz que se extenderá por toda la tierra. Será una época de restauración para Israel, donde finalmente se cumplirá la promesa de un reino eterno bajo el gobierno justo de su Mesías. La venida de Cristo, por lo tanto, no es solo un evento escatológico, sino también el cumplimiento de las promesas divinas a su pueblo elegido. El juicio sobre las naciones y la liberación de Israel son elementos centrales en esta culminación profética.

El enfoque en Israel y su significado

El Discurso del Monte de los Olivos presenta un enfoque innegablemente centrado en el pueblo de Israel y su futuro. Lejos de ser una profecía genérica sobre los tiempos finales, el discurso se ancla profundamente en el contexto histórico de Jesús y la expectativa judía mesiánica. Las imágenes utilizadas, como la destrucción del templo y la abominación desoladora, resuenan con la historia y las profecías del Antiguo Testamento, directamente relacionadas con el destino de Jerusalén y la nación de Israel. Este contexto es crucial para la correcta interpretación del discurso, evitando interpretaciones alegóricas que lo descontextualizan y lo separan de su significado original.

La salvación y la liberación mencionadas en el discurso no se refieren a la salvación eterna de las almas, como se entiende comúnmente en el contexto cristiano, sino más bien a la liberación física del pueblo de Israel de la opresión y la persecución durante la tribulación. Es una salvación terrenal, un rescate de la calamidad, un restablecimiento de la nación. Esta perspectiva es fundamental para comprender que el discurso no describe el rapto de la iglesia, un concepto teológico posterior que no se encuentra en el texto original. La atención se centra en el juicio y la purificación de Israel, culminando en el establecimiento del reino mesiánico en la tierra prometida.

Por lo tanto, la relevancia del Discurso del Monte de los Olivos radica en su profecía sobre el futuro de Israel, un futuro de tribulación extrema seguida de la llegada mesiánica y la restauración nacional. Comprender este enfoque específico en Israel es esencial para una interpretación fiel del texto y para apreciar la profundidad de su mensaje, evitando la superposición con las doctrinas posteriores sobre la Iglesia y el destino de los creyentes. El discurso nos invita a reflexionar sobre el papel de Israel en el plan de Dios y la importancia de su destino en la historia de la salvación.

Diferencias con la escatología de la Iglesia

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Una interpretación crucial del Discurso del Monte de los Olivos radica en distinguir su enfoque del destino de la Iglesia, tema central en muchas escatologías cristianas. Mientras que diversas perspectivas interpretan el Rapto como un evento previo a la tribulación, el Discurso no lo menciona. La narrativa se centra en el pueblo judío y su experiencia durante un período de juicio y purificación, culminando con la llegada mesiánica y el establecimiento del reino de Dios en la tierra. La salvación descrita en el discurso se refiere principalmente a la liberación del pueblo judío de la persecución y el juicio durante la tribulación, no a la salvación eterna de los creyentes.

Esta diferencia crucial se observa en la ausencia de referencias a la Iglesia como entidad separada, sufriendo un rapto o pasando por una tribulación distinta. El énfasis se coloca en la nación de Israel y su destino en el contexto del juicio divino y la llegada del Mesías. En consecuencia, las imágenes de la gran tribulación, el Anticristo y la abominación desoladora, se interpretan primordialmente en relación con el contexto histórico y político de Israel, más que como eventos directamente aplicables a la experiencia de la Iglesia en la actualidad o en un futuro inminente. La perspectiva es de juicio y restauración de Israel, no de un juicio universal sobre la humanidad seguida de un reino celestial para la Iglesia.

Interpretaciones diversas del Discurso

Las interpretaciones del Discurso del Monte de los Olivos varían considerablemente entre diferentes grupos cristianos, generando diversas perspectivas sobre su cronología y aplicación. Algunos interpretan el discurso de manera preterista, argumentando que las profecías se cumplieron en su totalidad con la destrucción del Templo de Jerusalén en el año 70 d.C. Desde esta perspectiva, el discurso no se refiere a eventos futuros, sino a eventos que ya ocurrieron, viendo en el contexto histórico inmediato la realización de las predicciones de Jesús.

Otros adoptan una interpretación historicista, considerando que el discurso describe una secuencia de eventos que se han ido cumpliendo a lo largo de la historia de la Iglesia, desde el siglo I hasta la segunda venida de Cristo. Esta perspectiva interpreta simbólicamente ciertas figuras y eventos, conectándolos a movimientos históricos y figuras políticas a través de los siglos. Se enfatiza la progresión gradual de los eventos proféticos a través del tiempo.

Finalmente, una interpretación futurista ve el discurso como una predicción literal de eventos que ocurrirán en el futuro, inmediatamente antes de la segunda venida de Cristo. Esta visión suele vincular el discurso con la idea de un período de tribulación de siete años, marcado por la aparición del Anticristo y una gran persecución. Dentro de este enfoque futurista existen diferentes matices en cuanto a la inclusión o no del rapto de la Iglesia antes de la tribulación, generando diversas interpretaciones sobre el destino de los creyentes durante este período. La discrepancia radica en la comprensión de a quién se dirige la profecía, si a la Iglesia o a la nación de Israel, afectando la interpretación de la salvación y el juicio mencionados en el texto.

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Conclusión

El Discurso del Monte de los Olivos, aunque complejo y sujeto a diversas interpretaciones, ofrece una visión profética crucial para comprender la perspectiva bíblica sobre los eventos que precederán la segunda venida de Cristo. Su enfoque en el futuro de Israel y la tribulación de siete años, distinto de la teología escatológica centrada en la Iglesia, es un aspecto fundamental que debe ser considerado cuidadosamente. Entender el contexto histórico del discurso, particularmente la inminente destrucción del Templo de Jerusalén, ayuda a contextualizar las advertencias de Jesús y sus implicaciones para la nación judía.

El estudio de este discurso exige una hermenéutica cuidadosa, evitando la imposición de interpretaciones preconcebidas que puedan distorsionar su mensaje original. Es fundamental discernir entre los eventos específicos relacionados con el contexto histórico de Jesús y las aplicaciones más amplias para la historia de la humanidad. Si bien el mensaje central de salvación y esperanza permanece constante, la aplicación del discurso a la realidad contemporánea requiere una cuidadosa consideración de los detalles y una perspectiva de fe que reconozca la soberanía de Dios en la historia. La investigación continua y el diálogo reflexivo entre diferentes perspectivas teológicas son esenciales para una comprensión más completa y profunda del significado del Discurso del Monte de los Olivos. Finalmente, la esperanza en la segunda venida de Cristo como culminación de la historia y la instauración de su reino permanece como el mensaje fundamental y consolador que emana de este pasaje profético.

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